Componiendo canciones sin música, hilando ideas sin sentido que después comienzan a emocionarme. Inspirada en las noches, anotando incoherencias en las hojas posteriores de mis cuadernos y llenándolos más de debrayes que de información educativa.
A veces, con cigarro en mano, café americano y mi fiel cuaderno; después con la tecnología y la fatídica página blanca que me causa conflicto si no tengo el primer párrafo de cualquier texto. En las mañanas con flojera y jugo de naranja, pero apurada porque se acerca el final de mi tiempo.
Revisando el Messenger, platicando o viendo videos en el famoso YouTube. Leyendo y releyendo cosas pasadas, el apego, y nuevos autores, que me ayudan a conocer un poco del vasto conocimiento humano.
Con música, por supuesto, sin ella, nada. Con canciones repletas de energía, para seguir redactando; con baterías rapidísimas, guitarras y voces desgarradas, pues aunque se dude, me dan la fuerza para seguir manteniéndome despierta en la inmensa noche de mi inspiración.
