jueves, 28 de abril de 2011

Todas las noches

Tenía ganas de vomitar, desde que me desperté no había hecho nada más que quejarme de mi dolor de estómago que no me deja en paz.
Estaba harto, de comer, de no soñar, de no poder gritar, lo tenía atorado, lo sentía en el pecho, no me deja descansar.
DOrmía, pero no dormía, comía, pero no disfrutaba, lloraba...pero mis lágrimas eran tan mediocres que ni siquiera podían mojar mi rostro.
Me veía antes el espejo y no podía reconocerme, en un sólo día mis facciones habían cambiado, habían mutado, mis labios perdieron su color rojo, mis ojos ya no tenían ese brillo que me daba ánimos para vivir y las ojeras que me cargaban era el rastro de mi podedumbre interna.
Día a Día un grito lastimero me pedía que me asfixiara en la tina de mi casa, pero una voz optimista dentro de mí me susurraba que no lo hiciera ¡Aguanta! me cantaba mientras comenzaba a divagar.
Todas las noches mi boca se secaba, quería vomitar, no podía, el estómago me ardía de impaciencia, de dolor o de rencor.
Todas las noches quería gritarle, pero era cobarde y no podía.